Después del séptimo album, una banda (o cantante en solitario, lo mismo da) sólo puede hacer dos tipos de discos: fracasos absolutos u obras maestras; no hay puntos intermedios. Las expectativas de los fans, la crítica, y demás, son demasiado altas como para quedarse en el mediocre "OK".
Física y química, décimo álbum de Joaquín Sabina, ha sido considerado, con el paso del tiempo, como una de sus obras maestras, aunque cuando salió recibió un montón de críticas. Y es que Física y química representó el inicio de una transición artística entre el rock que Sabina había hecho en los 80, a algo más pop y fusión. En ese sentido, la canción emblema del disco es "Y nos dieron las diez", pieza tan buena que le gusta incluso a los mexicanos que detestan el mariachi.
El resto del álbum, en honor a la verdad, es más bien pasable, sin grandes pretensiones, lleno de baladas ligeras que buscan innovar y arriesgar poco, pero que tienen versos memorables y recitables, como esos himnos a la melosidad intitulados "A la orilla de la chimenea" y "Amor se llama el juego".
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