Nos gusta creer que estamos siendo testigos de la caída del Imperio Estadounidense. En realidad, para ser más preciso, a los estadounidenses les ha gustado creer que su país está en decadencia desde su fundación. A partir de la crisis financiera de 2007, el resto del mundo simplemente se sumó al deporte más estadounidense de todos: la paranoia que se genera alrededor del miedo constante a dejar de ser el número 1, que es lo que lleva a la sociedad estadounidense a su constante renovación.
En realidad, los signos respecto a la decadencia estadounidense son ambiguos. La blogósfera y la prensatradicional están llenas de debates al respecto, así que no me voy a extender. Quepa mencionar que, si bien en términos económicos Estados Unidos sufrió un golpe severo en 2007, el resto del mundo también ha salido perjudicado (¿alguien sigue sosteniendo que el euro es una alternativa para el dólar¿) y la capacidad militar de Estados Unidos sigue prácticamente intacta a pesar de los recortes presupuestales que se han anunciado y que probablemente nunca se lleven a cabo. Al momento de escribir estas líneas, y tras los últimos datos macroeconómicos de países como China y Brasil, queda claro que la idea del decoupling es una mentira, otra burbuja con la que los bancos intentaron embaucar a sus clientes con bonos de mercados emergentes. Ciertamente, es lógico que algún día el Producto Interno Bruto de China rebasará al de Estados Unidos, pero eso no quiere decir que en términos per cápita el chino promedio viva mejor que su contraparte estadounidense, ni que China se convierta en el centro de innovación mundial. En pocas palabras, el hecho de que creamos de que estamos presenciando un "cambio de paradigma", la "caída de un imperio", o necedades así, es más un reflejo de nuestra vanidad colectiva que del análisis objetvo de datos duros y verificables.
Son pocos los imperios que se han dado cuenta en tiempo real de su declive. Están los británicos después de la crisis del Canal de Suez, los españoles entre 1812 y la restauración de Fernando VII, y pocos más. Pero el ejemplo más elocuente es el de Demóstenes, orador ateniense que intentó convencer a sus conciudadanos de que Atenas estaba en decadencia, y de que había que actuar para impedir la caída de la polis. En realidad, Demóstenes alertaba sobre algo más profundo y difícil de dimensionar hoy en día: el fin del sistema griego de ciudades-Estado, fuente de la organización política griega durante más de 500 años (el equivalente moderno sería que alguien quisiera acabar con el sistema de Estados-Nación y sustituirlo con algo a la violencia o por las buenas).
Los discursos de Demóstenes son llamados desesperados, uno más que el anterior, a que sus ciudadanos se decidan a oponer resistencia a Filipo II y Alejandro de Macedonia. No lo escucharon, o lo escucharon a medias y a regañadientes. Después de 30 años de guerra reseñados por Tucídides en La Guerra del Peloponeso, tanto Atenas como Esparta quedaron exhaustas y todas las polis quedaron sin posibilidades de establecer una hegemonía sobre el resto de los participantes en el sistema internacional griego. De repente, llegó Filipo, quien les propuso extender la influencia y la cultura helena en el odiado Imperio Persa a condición de hacerlo bajo su mando y a sus órdenes. Los griegos no aceptaron y eventualmente fueron cayendo uno a uno bajo el control de Filipo y, cuando éste murió, bajo el de su hijo Alejandro. Durante 20 años, Demóstenes intentó convencer a los atenienses de que resistir a Filipo valía la pena.
Los atenienses, y los griegos en genera, hubieran caído bajo el control de Macedonia de todas formas. La tecnología militar de los macedonios era mucho superior, y además supieron aprovechar las divisiones de los griegos a nivel de polis y entre ciudadanos al interior de cada una de ellas. Como Demóstenes se quejaba amargamente, Filipo, y posteriormente Alejandro, tuvieron su lobby pro-macedonio en Atenas, probando que no hay nada nuevo bajo el sol.
A posteriori, 2300 años después, es muy fácil decir que Filipo y Alejandro tenían razón: efectivamente, eventualmente llevaron la cultura griega hasta Afganistán e India, por lo que la resistencia de Demóstenes, además de inútil, iba contra el sentido de la Historia y el interés de los griegos. Este argumento "resultadista" no nada más es falaz, sino que no responde a una pregunta básica para saber si los argumentos de Demóstenes tienen valor por méritos propios: a saber, ¿es razonable que un orador pida a sus conciudadanos hacer un esfuerzo suplementario para salvar al país de la ruina¿
Hasta hace 50 años, cuando se estudiaba griego en la escuela, se leía a Demóstenes para demostrar la riqueza rítmica del griego clásico, incluso en ejercicios de oratoria. Actualmente, el valor de Demóstenes consiste en ver cómo un ciudadano honrado pierde todas y cada una de las batallas en las que participa porque sus ciudadanos creen que es un lunático. Pero para eso tenemos a Ron Paul.
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