“(…) como suele ocurrir en México, los problemas de hoy se comieron a los de mañana, que debieron haberse resuelto ayer.”
La sociedad del fuego cruzado, 1829 – 1836 es el segundo volumen de la trilogía País de un solo hombre: el México de Santa Anna, escrita por Enrique González Pedrero, ex gobernador priista de Tabasco y actual intelectual orgánico de Andrés Manuel López Obrador. Como mencioné en mi reseña del primer volumen, González Pedrero publicó esta segunda parte después de haber sido senador de la República por el PRD. Como me lo imaginaba, el pragmatismo salinista que permeó el primer volumen se vio sustituido por proclamas a favor de la igualdad social y demás puntos de la agenda perredista, sobre todo en la introducción. Esto no demerita la extensa investigación del libro. En muchos aspectos, La sociedad del fuego cruzado es mejor que La ronda de los contrarios, en particular porque abre al lector las puertas de la historia militar del México de la época. Pero el descarado sesgo ideológico indica que, si a González Pedrero le alcanza la vida para sacar el tercer volumen (ojalá; tiene la friolera de 80 años), será sensato esperar que aparezcan términos como “espuriato” [sic], “mafia en el poder”, y demás jerga lopezobradorista.
La sociedad del fuego cruzado es un volumen considerablemente más largo que su predecesor, a pesar de cubrir un período más corto. Esto se explica por la intensidad de la vida nacional entre 1829 y 1836: tras el fallido intento de reconquista comandado por Isidro Barradas, vinieron los primeros intentos de impulsar una política industrial, encabezados por Lucas Alamán y su Banco del Avío; el asesinato cobarde de Vicente Guerrero; los primeros intentos de reforma dirigidos por Valentín Gómez Farías; asonadas militares constantes y, especialmente, la independencia de Texas, acontecimiento al que se dedica la última parte del libro.
Sobre este último punto, cabe destacar que González Pedrero no culpa de la eventual pérdida de los estados del norte a Santa Anna o a ningún político de su generación. Para el autor, la expansión de los Estados Unidos a expensas de México era inevitable dado el despoblamiento de la región. En ese sentido, Santa Anna fue la persona que estuvo al frente de las cosas cuando la suerte del país estaba echada, aunque eso no quita el hecho de que haya sido un patán, como lo evidencian los tratos a los que llegó con su cuñado para que éste le vendiera, a precios de oro, víveres a los soldados que fueron a pelear a Texas.
Se dice que la comprensión del pasado nos ayuda a poner el presente en perspectiva. La versión cruda de este dicho es que conocer el pasado hace que no nos sintamos tan especiales. Para los que se quejan del espectáculo lamentable que todos los días dan los legisladores en estos primeros años del siglo XXI, González Pedrero trae a colación la infame Ley del Caso, que buscaba hacer una purga de notables. El episodio es ridículo porque, como señala González Pedrero, “el ordenamiento dictaba el destierro de la República, por seis años, de 51 personas, cuyos nombres y apellidos se consignaban e incluía, además, a cuantos se encontraran en el mismo caso, sin señalar cuál era el caso.” Así que no nos sintamos privilegiados por tener legisladores ineptos; ha sido especialidad nacional. Y tampoco es que se pueda esperar mucho. Por pura probabilidad, los legisladores de un país de analfabetas (funcionales y a secas) van a producir leyes como las del Caso, o como la contrarreforma electoral de 2007.
En mi reseña del primer volumen comenté que su lectura debería ser acompañada por la de Los bandidos de Río Frío, a mi juicio la mejor novela que se haya escrito jamás en México. Sostengo lo dicho, pero también quisiera decir que este segundo volumen debería ser acompañado por un libro llamado The Failure of the Founding Fathers, escrito por Bruce Ackerman, de la Universidad de Yale. La lectura en conjunto de estos dos libros nos ayuda a comprender, parafraseando a Vargas Llosa, en qué momento se jodió México (y en qué momento despegó Estados Unidos). En las segundas elecciones presidenciales de ambas naciones, hubo poca claridad respecto a la votación y al ganador. En Estados Unidos se llegó a un acuerdo civilizado que permitió al país construir instituciones duraderas. En México, el resultado fueron 50 años de guerra civil. Para más detalles hay que leer, obviamente, los dos libros.
En mi reseña también comenté que los primeros años de vida independiente son los que más se parecen al momento que vive México actualmente, sobre todo en términos de seguridad. El argumento merece acotaciones. Ciertamente, el parecido más grande es el de un viejo que se resiste a morir (el de los fueros religiosos y militares ayer; el de los sindicatos y los monopolios empresariales hoy) y uno que no termina de nacer (en ambos casos, una democracia federal incluyente). Pero hay diferencias considerables: aunque el bandidaje era cosa común en ese entonces, el grueso de la violencia era entre facciones del ejército, a diferencia de lo que vemos hoy: bandas de criminales peleando entre sí o contra el ejército. El hecho de que la violencia de ese entonces haya sido protagonizada por el ejército hizo que hubiera cierto código de honor entre los contendientes: había reglas como no matar a dirigentes (Guerrero fue la excepción, y por eso el país se fue al despeñadero), no llevar la confrontación bélica a las grandes ciudades, etcétera. Compárese eso con las narcomantas y las narcocabezas en narcohieleras.
No sé cuándo vaya a volver a leer un libro sobre la historia de los primeros años de vida independiente de México. No es un tema que despierte mucha pasión entre los historiadores, quizá porque revela nuestras miserias como nación, así que la literatura no es abundante. En cualquier caso, quisiera cerrar este post describiendo el libro que me gustaría leer sobre el tema. Tenemos la tendencia a creer que México fue, realmente, el país de Santa Anna entre 1821 y 1853. Razones no nos faltan, y no voy a ahondar en ellas; lean la novela de Enrique Serna si les interesa saber por qué Santa Anna nos apasiona tanto.
Pero la realidad más complicada. El México de la primera mitad del siglo XIX era muy complejo, y para reconciliarnos con nuestro pasado y entender la diversidad de nuestro presente deberíamos estudiar a profundidad a cuatro personajes que encarnaron los sueños de diferentes grupos de interés, mismos que siguen presentes en la actualidad. Los primeros dos personajes son Valentín Gómez Farías y Lucas Alamán. Se ha escrito mucho sobre ellos, pero siempre en su papel de satélites de Santa Anna, nunca como protagonistas. De los otros dos personajes, uno ha pasado al olvido casi total y el otro es detestado por la intelligentsia mexicana, ya sea de izquierda o de derecha.
El personaje olvidado es Vicente Filisola. La mayor parte de la gente que lo conoce lo hace por su participación en la Guerra de Texas. Pocos en México saben que Filisola encabezó guerras imperialistas exitosas contra El Salvador y Honduras, cuando estos intentaron separarse del Imperio Mexicano en 1822. A decir verdad, pocos saben que México fue una nación imperialista en sus primeros dos años de vida independiente, y los siguientes diez financió grupos independentistas en Cuba, como las FARC y Chávez financian ahora a las células radicales de la UNAM. Nuestro desconocimiento de Filisola es parte de las razones por las que nos sorprendemos cuando a la selección mexicana la insultan en Centroamérica. Filisola fue el primer patriota mexicano, el primero (y acaso el último) que creyó que México podía ganar. Filisola peleó prácticamente solo (y con dos güevos) por la grandeza de su país.
El segundo personaje, el odiado, fue Lorenzo de Zavala (favor de comparar las fichas de Wikipedia en inglés y en español). De Zavala fue el promotor más activo de la adopción del federalismo estadounidense. Él fue el primer mexicano pro-estadounidense en todo el país. Diputado, secretario de Hacienda, y Gobernador del Estado de México, cuando se dio cuenta que el país no iba a ningún lado, se mudó a Texas, donde se convirtió en el primer vicepresidente de la efímera república de la estrella solitaria, así como en el único notable de ascendencia mexicana que firmó la declaración de independencia. También apoyó la creación de una República de Yucatán, de donde era nativo, aunque no vivió para ver su efímera existencia (de Zavala murió en 1836; la República de Yucatán se independizó en 1841) . De Zavala fue el primer mexicano que, por ardido, apoya a los gringos cuando joden a México, de los cuales hay actualmente como 30 millones.
Estuve revisando las páginas web del FCE y de Porrúa y no hay nada publicado sobre Filisola o sobre las invasiones de México a Centroamérica, quizá porque, en el subconsciente nacional, es mejor ser víctima que imperio efímero. Es una pena. Darnos cuenta que alguna vez fuimos potencia nos serviría para levantarnos la moral. De de Zavala tienen su Historia de las Revoluciones de México, pero nada de lo que escribió cuando se mudó a Texas. Durante mucho tiempo su nombre fue borrado de la historia nacional. Para historiadores como Lorenzo Meyer, de Zavala fue aún más funesto que Santa Anna. Y es que Santa Anna es alguien con el que todo mexicano se puede identificar. ¿Quién no le ha mentido a los gringos para salvar al pellejo para después mentirle a otro mexicano para quedar bien con los gringos? Pero de Zavala al menos tuvo la decencia de irse.
Gómez Farías simboliza el liberalismo; Alamán, el conservadurismo económico y social; Filisola, un país ganador; y de Zavala, una integración con el mundo basada en los intereses personales, aún a riesgo de perder la identidad propia. La reconciliación de estas cuatro visiones del mundo, y su aceptación mutua, hará que México sea un país más democrático.
Genial!! Voy a buscar los textos.
ReplyDeleteEn Washington estuvimos a punto de comprar el de Founding Fathers, pero al final compramos otro, tamaño tabique, que ha resultado más o menos insufrible, algo como The people's history.