Dentro del público educado en Occidente, pocos duelos intelectuales han sido tan seguidos y publicitados como el que protagonizaron Jürgen Habermas y Joseph Ratzinger el 19 de enero de 2004 en la Universidad Católica de Baviera, semanas antes de que Ratzinger se convirtiera en Benedicto XVI. En esa ocasión, Habermas y Ratzinger discutieron sobre los fundamentos teóricos y morales del Estado. La pregunta central es si la democracia liberal puede sostenerse por sus propios principios éticos, o si "necesita" de postulados morales divinos que antecedan su existencia para tener coherencia.
En 2008, el Fondo de Cultura Económica publicó, como parte de su colección Centzontle, Entre razón y religión, el cual recoge los discursos pronunciados por el filósofo y el clérigo. El escrito de Habermas es de muy difícil comprensión, pero no sé si este es el caso porque sea muy denso o porque simplemente no hay traductores competentes del alemán al español. El texto de Ratzinger, por el contrario, es muy claro.
Aunque Habermas y Ratzinger parten de marcos conceptuales distintos, ambos terminan por coincidir en la necesidad de enfatizar la tolerancia. Ratzinger, no obstante, va un paso más allá y pone de cabeza el pseudo-argumento posmoderno de que nada ni nadie puede adjudicarse la razón absoluta para promover una agenda deísta que busque el punto común y el diálogo entre civilizaciones. Según Ratzinger, ni el liberalismo ni el cristianismo alcanzan para comprender el mundo, por lo que es necesario ir un paso más atrás y reconocer que hay una inteligencia superior llena de bondad que dicta los fundamentos morales de la sociedad. Alguien debería decirle a este ilustre defensor de pederastas que lo único para lo que ha servido la religión es para sembrar discordia entre los hombres. Las Cruzadas, la Guerra de Treinta Años, y el conflicto entre Israelíes y Palestinos, por mencionar sólo tres conflictos visibles y reconocidos a nivel mundial, se han visto agravados por el componente religioso.
Y sin embargo, es muy difícil no ser persuadido por el argumento de Ratzinger. Mientras Habermas se revuelve en las trampas de la jerga filosófica, Ratzinger habla claro y al punto. Y es que, ¿qué es un filósofo, con todas sus ambiciones y sus pequeñeces, que se reflejan en sus tecnicismos, ante una institución de 2,000 años de existencia que cree realmente que tiene una misión y una agenda divina?
Me temo que los ateos activistas tenemos la partida perdida de antemano: por más gente que logremos convencer de que la religión es un absurdo, sólo le estaremos haciendo un daño minúsculo a instituciones que, como el judaísmo, el Islam, o los cristianismos, están diseñadas para durar para siempre.
Así va el mundo y no habrá otro, como diría don José.
No se decepcione mi estimado Cempa, la lucha no está perdida. El otro día vi un programa grabado en Puebla, donde grandes luminarias de la ciencia discutían sobre el ateísmo y religión. Que una discusión de esas se diera, y en Puebla, ya era ganancia. Además, la argumentación de Richard Dawkins (el gen egoísta) es tan clara, directa y efectiva como la de cualquiera que se pare en un altar.
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