La crítica es unánime: La dolce vita de Fellini es una de las mejores películas que se han hecho, una de esas gemas que salen cada 10 años, indispensable para los que quieran entender al cine y su historia. Pero, de todo lo que he leído sobre ella, sólo esta crítica de The Guardian reconoce que La dolce vita no ha envejecido bien: las referencias al catolicismo que llevaron a su prohibición carecen de significado en un mundo cada vez más alejado de la religión y cada vez más inculto para entender referencias veladas a cualquier libro, sobre todo la Biblia; la orgía es bastante liviana en comparación con las escenas sexuales que se ven ahora en cualquier telenovela, y tres horas de escenas vagamente relacionadas entre sí sin un hilo conductor claro es algo que desespera a las audiencias modernas.
The Wolf of Wall Street muestra que, aunque queda poco espacio para películas como La dolce vita, todavía se puede conquistar a la audiencia con películas largas críticas de los absurdos de la sociedad, aunque los realizadores que quieren entrarle a este tipo de proyectos tienen que entender que están condenados a ser vistas como productos de su época, y no joyas universales.Si comparamos la película de Fellini con la de Scorsese, vemos que ambas hablan sobre los excesos de la élite, ambas muestran escenas de sexo, y ambas terminan con un final ambiguo. Pero, a diferencia de La dolce vita, The Wolf of Wall Street nos resulta digerible porque tiene una estructura lineal clara, las escenas de sexo son más crudas, y deja de lado todas las referencias teatrales y el tema de filosofía existencialista que sí vemos en Fellini, en parte porque el existencialismo nunca le gustó a los gringos (Sartre era comunista), y en parte también porque sería totalmente irreal mostrar a un banquero filósofo. Tanto La dolce vita como The Wolf of Wall Street son productos de su época y su contexto, y por lo tanto tienen que ser vistas como eso: una crónica de una época en específico, no retratos perennes de la humanidad y la mísera condición humana.
La dolce vita, con sus escenas de amor homosexual, su crítica a la decadente aristocracia del siglo XIX, su narración sobre el naciente show-business (la palabra paparazzi viene de esta película) y sus muestras de opulencia en un continente que apenas estaba creando prosperidad tras la Segunda Guerra Mundial, tuvo mucho sentido en la Europa de los 60, pero hoy ya no: a la fecha, sólo los países subdesarrollados y los musulmanes estigmatizan la homosexualidad; los aristócratas y nobles del siglo XIX se han convertido en comidilla para el lumpenproletariado, y Europa pasó de ser el faro de la civilización a un lugar de viejos cada vez más pobres.
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