La noticia de que Caifanes se reunirá para tocar en el Vive Latino y en el Coachella del año que entra acaparó más tiempo en las páginas de internet de los periódicos del D.F. que la petición del gobierno de México de una línea de crédito por 73 mil millones de dólares al FMI. De concretarse, esta operación financiera sería la más grande del FMI en toda su historia y equivaldría a 10% del PIB de México.
Me da gusto que Caifanes se junte de nuevo; por cuestiones de edad, yo fui un fan tardío y -lo confieso sin vergüenza- me gustaron los primeros dos discos de Jaguares. Pero hay algo de pernicioso en el cacicazgo mental que ejerce Saúl Hernández en la mente de los mexicanos menores de 35 años. Lo del FMI es lo de menos; en esta época, si algo no es filtrado en Wikileaks, no es noticia. Con el tiempo, los gobiernos aprenderán a usar a Julian Assange -enemigo de los poderosos- como vocero cuasi-oficial.
A lo que me refiero con el control que ejerce Hernández en la mente de los groupies mexicanos es a lo siguiente: si alguien pregunta quién es José Manuel Aguilera, es muy probable que se le responda que es el guitarrista del primer disco de Jaguares, en el caso de que se conozca su existencia. Poco importa que Aguilera sea el líder de un grupo llamado La Barranca que ha sacado ocho discos (nueve, si contamos Cielo protector) y que lleve tocando más tiempo que Hernández. En el colmo de males, me ha tocado ver en conciertos de La Barranca cómo la gente grita "Sa-úl, Sa-úl"... Patético.
A Nine Rain le pasa algo aún peor: si alguien pregunta qué es, en el remotísimo caso de que se conozca la respuesta, ésta será, casi siempre: "la banda donde tocaba José Manuel Aguilera antes de hacerlo en Jaguares" (de hecho, La Barranca ya tenía un disco antes del de Jaguares, pero ya, no hay pedo). Nuevamente, poco importa que Nine Rain haga cosas más atrevidas desde un punto de vista musical que La Barranca y que Saúl Hernandez, o que su líder sea Steven Brown, miembro original de la banda Tuxedomoon, una referencia en la música independiente estadounidense.
El rock mexicano es una pirámide en cuya cúspide está Saúl Hernández oficiando como sumo sacerdote y la existencia de todos los demás músicos está determinada por su relación con el clérigo mayor.
Al estar en el tercer escalón de la pirámide y no tener relación directa con el tlatoani Saúl, Nine Rain no tuvo éxito comercial cuando hacía música digerible para el gran público (es decir, hace 25 años, cuando el guitarrista del primer disco de Jaguares tocaba con ellos; ¿cómo se llama ese güey, por cierto?). Ahora, la banda sobrevive de toquines esporádicos y becas gubernamentales. Sus últimos dos discos, Que Viva México, y VI fueron financiados por el Conaculta y el Fonca. En el caso de Que Viva México, el subsidio gubernamental fue parcial y era parte de un proyecto para rehabilitar la película homónima de Sergei Eisenstein. VI ya fue financiado totalmente por el gobierno federal.
Por principio, me opongo a los subsidios gubernamentales a expresiones artísticas: no nada más es un acto regresivo desde un punto de vista fiscal (pobres dándole dinero a ricos) que puede crear un boquete en el presupuesto público, sino que, dado el carácter totalmente subjetivo del arte, se presta a discrecionalidad por parte de los servidores públicos, creando así mafias de artistas que venden sus opiniones públicas y políticas al mejor postor (¿alguien dijo Diego Rivera y los muralistas?). No obstante, con VI, nuestros amigos de CONACULTA le dieron al clavo (dado que el arte es subjetivo, nadie me puede rebatir esta opinión, pero yo tampoco puedo hacerlo con las expresiones artísticas que no me gustan; ¿ven por qué los subsidios gubernamentales al arte son un dolor de cabeza?)
VI es un disco de música experimental. Experimentalísima. Para empezar, la mayor parte del disco no fue grabada en un estudio de grabación, sino en La Curtiduría, un centro de artes plásticas en Oaxaca. El lugar no fue acondicionado en absoluto: la banda llevó micrófonos, consolas, y demás equipo y se puso a tocar en diversos cuartos, aprovechando las diferentes acústicas del lugar, antigua casa colonial. El clavecín y el sax de "Gordon Blue" fueron grabados en el patio interior del lugar, el cual tiene una acequia. El objetivo fue que el agua rebotara los sonidos de los instrumentos. En una muestra de que el arte tradicional puede ser legítimamente combinado con lo global sin complejos, parte de la instrumentación es realizada con instrumentos prehispánicos como ollas de barro, la kalimba, que trajeron los africanos durante la Colonia, y los infaltables instrumentos modernos: saxofón, guitarras, sintetizadores, y el clásico clavecín de Nine Rain.
VI puede ser adquirido en la página web de la banda. En un acto de honestidad moral que ya quisiera el 99.9% de la población mexicana, el disco es gratuito, ya que fue financiado con dinero público. El escucha sólo paga los gastos de envío (9 dólares si se está fuera de México; 30 pesos si se vive en el país) y puede dar una donación si así lo desea. Vale mucho la pena tener la copia física de VI, ya que también es un CD interactivo con fotos, podcasts y videos del proceso de grabación.
El disco tiene un solo problema, pero quizá es una necedad de mi parte. El arte de la portada presenta el nombre de la banda en diversos idiomas, incluido el árabe. Sin embargo, las letras de este idioma están completamente al revés. Es como si leyéramos "séver" en un espejo.
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