Tuesday, May 21, 2013

On the Rock - Andrés Calamaro

Dice el librito:

El estado de las canciones
[Por Rodrigo Fresán]
Andrés Calamaro hay uno solo. Y tal vez por eso hay varios Calamaros en Calamaro. El tiempo corre, los discos giran, y a mí siempre me pareció que el lado solista (pero siempre tan bien acompañado) de Calamaro podía dividirse en dos bandos nunca enfrentados, siempre complementarios, con los que el Dr. Calamaro y Mr. Calamaro coexisten sin molestarse y se dan la mano y la garra.
Por un lado, pienso, están los álbumes de género y/o sonido: Hotel Calamaro o el neón-analógico, Vida cruel o el new-romantic-noise en Palermo Calamaro, Alta suciedad o el urban-studio-de luxe, El salmón o el kurtz-sensorround, El cantante o el cover-discoverer, Tinta roja o el tango milenarista, y El palacio de las flores o el retro-futurismo memorioso. Y por el otro lado están los álbumes de letra y/o música: Por mirarte, Nadie sale vivo de aquí, Honestidad brutal, La lengua popular y, ahora, en la legalidad callejera y el huracanado deseo de On the Rock. Es decir: discos de Calamaro que tratan sobre el fino arte de diseccionar canciones. CSI Camalamaroland. La canción como cuerpo al que arrancarle no un cómo murió sino un cómo no morir nunca. La canción como aria y como especie -algo vegetal y animal y mineral- que desborda de variedades y variaciones. La canción como teoría y práctica. Canciones para mirar y para cerrar los ojos. Rock que no se derrite (¡Calamarrock!) porque lo suyo es la redonda eternidad del glaciar que se ríe del calentamiento global y no lo pasajero y cuadrado de un cubito de hielo. Y me pregunto si habrá alguien que sepa más del misterio que mueve y aquieta a las canciones de Calamaro. Y me respondo que no.
De pie sobre una roca, a la hora de escribir y describir canciones, Calamaro lleva desde hace años la voz cantante. Calamaro es el Señor de las Canciones.
Y vuelve a demostrarlo en On the Rock, donde la sofisticación hipnótica de "Todos se van" y "Los divinos" convive con el ladrido mordedor y canchero (de cancha y estadio) e himnótico (de himno, de himno nacional-universal) de "El perro" o las llamadas a la guerra de "El pasodoble de los amigos ausentes" y "Flor de samurai", sin por eso privarse de actuar como sentido médium de José Alfredo Jiménez en el standart para yeguas indomables "Te solté la rienda".
Desde el inicio opulento y ambarino y tropi-flamenco-stone de "Barcos" y "Te extraño", pasando por el lamento elegante-lizard de "Insoportablemente cruel", hasta el final con el Rodríguez-ismo redux de "Me envenenaste" y la urgencia crítica-crisis otra vez politizada de "Gomontonera", On the Rock es un/otro viaje.
Un nuevo ascenso al fondo de ese lugar en el que Calamaro levanta vuelo desde la amistad de los barcos, se sumerge desde la camaradería de los aviones, y sale a la superficie -nunca superficial, el cielo también tiene vinílicas tapas de alcantarilla- con ansia y elegancia y un flamante y flameante puñado de canciones profundas, inoxidables y blindadas.  Todo junto ahora: el amor y el espanto, la cuerda floja y la soga al cuello, la enorme y breve distancia que apenas separa a un país bizcochuelo de un país gelatina.
Hoy es hoy, ayer fue hoy ayer, y todos se van, sí; pero -como una roca firme en un paisaje con demasiadas piedras que ruedan- Calamaro permanece.

***

On the Rock es un gran homenaje a la idea de Iberoamérica: Bunbury, Cigala, Vicentico, Calle 13 (en Puerto Rico todavía se habla español), y otros se reúnen con Calamaro para interpretar desde rancheras hasta jazz. El disco contiene temas típicamente calamarianos y algunos experimentos que a algunos parecerán obras maestras y, a otros, fracasos absolutos. 

La mejor canción es "Las tres Marías", con Vicentico.


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