Hay pocas cosas que hacen evidentes las diferencias generacionales en México. La denominada "Época de Oro del Cine Mexicano" es una de ellas. Para la generación de mis abuelos, Jorge Negrete y Pedro Infante eran lo que todo hombre que se preciara de serlo debía aspirar a ser: feo, fuerte, y formal; para la de mis padres, eran ejemplos de una época rural perdida irremediablemente aunque vista con respeto; para mi generación, son más bien caricaturas de rancheros o policías. Dudo que la generación de mis hijos lleguen a saber quiénes eran Negrete e Infante generalmente; evidentemente, habrá cineastas e historiadores que hablen de ellos, pero ya no serán una referencia en ningún aspecto.
La razón por la que Negrete, Infante, y las producciones de la Época de Oro han bajado del pedestal en que estuvieron durante casi cincuenta años tiene mucho que ver con Televisa, que saturó al público con esas películas hasta el hartazgo. Hasta hace poco, todos los sábados en la tarde, de 4 de la tarde a 12 de la noche, en el Canal de las Estrellas, pasaban maratones de películas de Libertad Lamarque, Sarita Montiel, y toda la "palomilla". Eventualmente, la gente se hartó. Muchos contrataron cable para dejar de ver a Pedro Infante cantar "Amorcito Corazón". Televisa respondió quitando la barra de películas y poniendo a Don Francisco y otros programas de concursos dirigidos por mujeres tetonas vestidas con minifalda. No estoy seguro de que la gente que no contrató cable haya salido ganando con el cambio.
Pero además, objetivamente, las películas de la Época de Oro son objetivamente malas. Nuestros abuelos y padres las ven con respeto, admiración y nostalgia porque lo que le siguió (las películas de ficheras y albures del Caballo Rojas y la Pelangocha subsidiadas por Echeverría y López Portillo) fue mil veces peor. Objetivamente, las películas de la Época de Oro son una desgracia: los actores recitan sus diálogos sin matices; todo se grababa en estudio y se nota que las escenografías son de cartón. No hay película en la que Jorge Negrete saque las manos del pantalón y diga una línea de forma natural. Arnold Schwarznegger es un actor acartonado incapaz de articular escenas complejas, pero Jorge Negrete inventó el concepto. Y Negrete es considerado, junto con Infante, el referente de la actuación mexicana.
Gran Casino, protagonizada por Negrete y Libertad Lamarque, no va a cambiar esa percepción. De hecho, si no tuviera el nombre de Luis Buñuel, la película estaría totalmente olvidada. Como toda película mexicana de la época, Gran Casino tiene interminables y larguísimos números musicales, que le quitan tiempo a la historia, presenta a la pobreza como folklor, tiene escenografías de cartón, y a Negrete con las manos en las bolsas del pantalón durante poco más de hora y media.
Buñuel odió Gran Casino. La historia le parecía aburrida y predecible, los egos de Negrete y Lamarque estaban fuera de control y no pudo lograr que se dieran un beso o al menos cantaran juntos, y tenía las exigencias de la industria cinematográfica mexicana, que pedía musicales con historias simples y finales felices. Lo único rescatable de la película son los últimos 10 minutos, en los que Buñuel puso su toque ideológico y artístico. (a continuación, voy a describir el final de la película; si el lector no la ha visto y no quiere que le arruine la experiencia, recomiendo dejar de leer)
Desde el momento en que Negrete golpea en la cabeza al hombre que lo iba a asesinar, y vemos durante unos segundos un cristal rompiéndose, que es una reminicencia de la época surrealista de Buñuel, hasta el final de la película, vemos un poco de la película que él hubiera querido grabar. El hecho de que "el malo" sea un alemán con ideología nazi y que su esbirro sea un español con bigote a la Franco es un guiño de ojo a su pasado; la desconfianza a las multinacionales, parte de su ideología; el hecho de que la historia gire alredodor del petróleo, cuya nacionalización fue el eje ideológico del PRI hasta recientemente y es el caballo de batalla de la izquierda mexicana es, acaso, un agradecimiento a México, país que lo recibió.
Gran Casino no es una película que haya que ver forzosamente, aunque tampoco es una película que se deba menospreciar. Sin Gran Casino, Buñuel no hubiera podido hacerse de dinero y contactos en la industria para hacer Los Olvidados. Al llegar a México, Buñuel hizo el cine más comercial y banal del mundo para después poder hacer los proyectos que le interesaban y por los que tanto lo admiramos. Es un poco como Barack Obama, que después de terminar sus estudios de derecho hizo derecho corporativo para poder pagar sus préstamos estudiantiles y después se fue a hacer trabajo comunitario en los barrios marginales de Chicago. Algunos le venden el alma al diablo; los más inteligentes sólo se la rentan.
Aquí se puede ver Gran Casino completa:
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