A excepción de los escritores, que gustan de decir que las etiquetas generacionales son etiquetas que pone la prensa y la crítica pero que en nada reflejan la realidad, todos sabemos que la literatura funciona por oleadas y generaciones. Ahí están, como ejemplo, los del boom, los del crack, los poetas malditos, y demás.
Con El seductor de la Patria de Enrique Serna, inició, o ganó visibilidad, una generación de escritores mexicanos que en algún momento de su carrera deciden, o han decidido, hacer novela histórica. Ahí está también, por ejemplo, La Invasión, de Nachito Solares, libro que, en su momento recibió muy buenos comentarios pero por ahora está prácticamente olvidado. Me parece que Jorge Volpi es el único escritor que ha escapado, al menos por ahora, a la tentación de hacer literatura con el pasado de México como contexto, cosa que es explicable por su creencia de ser el heredero del manto sagrado de Carlos Fuentes: Volpi no se rebajará a hacer novela histórica como los demás; lo suyo es tuitear sobre todos los temas, aceptar puestos políticos (y después decirle inepto al gobierno que le da los puestos), y codearse con la intelectualidad latinoamericana en las columnas de El País. Mejor que siga así: mientras a Volpi no le dé por escribir poesía, que siga haciendo lo que quiera.
Algún día, alguien contará por qué han proliferado las novelas históricas en México en estos años, pero me imagino que el fenómeno se explica, al menos en parte, por otra proliferación: la de los premios literarios. Tras el éxito mundial de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, toda ciudad, municipalidad, o ranchería, quiere tener su propia festival literario, lo cual incluye, obviamente, dar dinero público a algún escritor que después puede ser un editorialista útil en momentos de aprietos políticos. Al ya mencionado Enrique Serna, por ejemplo, se le dio el Premio Mazatlán de Literatura por El seductor de la Patria, financiado por el Gobierno del Estado de Sinaloa. Gracias. Este fenómeno lo estamos viendo también con el cine: tras el éxito del Festival Internacional de Cine de Morelia, ahora todo mundo quiere tener su propia pasarela de películas. El pueblo paga, como siempre.
Ante el incentivo del premio económico, algunos escritores buscan jugarla a la segura: no tiene sentido ambientar una historia en el cantón suizo de Tesino si uno va a mandar su novela a los Festivales Literarios de Tepoztlán, Tepatitlán, y al de Ixtlahuacán de los Membrillos. Lo que los jurados de estos tres festivales premiarán, y quizá tengan razón, es algo con lo que sean familiares: la historia del pueblo (o uno que sea similar al suyo), alguna lección de historia de la que se acuerden, la vida de un prócer que puedan identificar con el cacique y el gobernador de turno. Esta no es una crítica a la calidad de las novelas históricas. Como todo, hay buenas y malas. A mí me gustó El seductor de la Patria, para no ir más lejos. Pero igual: esas son las miserias de la literatura mexicana...
En 2010, El último príncipe del Imperio Mexicano se sumó al contingente de novelas históricas publicadas en México. Este libro tiene dos particularidades que lo diferencian de la mayoría de las novelas históricas publicadas recientemente en México: en primer lugar, la nacionalidad de su autora: C.M. Mayo, es estadounidense; en segundo lugar está el hecho de que no le interesa formar parte de la intelligentsia mexicana, por lo que es ajena a toda la dinámica de escribir para presentar libros en festivales culturales. Mayo escribe cuando quiere, sobre lo que quiere, y porque quiere (su libro anterior es un libro de viajes en Baja California).
Economista por entrenamiento y literata y traductora por vocación, Mayo ofrece una extensa investigación histórica en forma de novela en El último príncipe del Imperio Mexicano. Aunque el libro pretende ser una novela en torno a la vida del niño Agustín de Iturbide y Green, nieto del militar homónimo que llevó a México a la Independencia y más tarde se coronaría "emperador de México", en la corte de Maximiliano y Carlota, en realidad funciona más como una colección de narraciones de la época del Segundo Imperio. Como buena obra literaria estadounidense, es un libro ligero que uno puede dejar y volver a tomar (o dejar por completo) sin compromiso. El libro se me hace entretenido, aunque la traducción, "cortesía" de Agustín Cadena, es para condenarlo de traición a la Patria. Habrá que leer la versión en inglés...
C.M. Mayo tiene un blog en el que postea sobre su investigación, todavía en curso, sobre el Segundo Imperio y la vida de los Iturbide.
Y esta es su página principal.
Foto: (¿Réplica de la?) carroza de Maximiliano, exhibida en el Castillo de Chapultepec
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